14 ene 2008

Pescar El Anzuelo



- Tu tarifa es demasiado alta -me espetó en seco desde toda la altura de su cuello esbelto.

- Es lo que cuesta el buen servicio -respondí sonriendo y escrutando sus ojos de gitana.

Se reacomodó en la silla como quien afila el arma frente al enemigo. Poco antes había pasado por mi puesto:

- ¿Podemos hablar unos minutos? Te espero en el comedor.

Otro día me habría estremecido esa propuesta, mas esta vez me quedé frío. Quizás porque anteriormente David, el gerente, había intentado contratarme fijo o prorrogar mis servicios de freelancer con menor remuneración. Rechacé las ofertas del irlandés. Así que me enviaba a su asistenta con piel de aceituna.

Ahora estábamos solos en el comedor. Carmen llevaba un vestido azul con los bajos abiertos hasta las caderas. Se sentó con la pierna derecha cruzada bajo el muslo izquierdo, que colocó frente a mí rotándolo del torso reclinado sobre la mesa. Apoyaba el codo izquierdo y la mano derecha sobre el mueble para destacar los pechos. Francamente, no lo necesitaba.

Demoró en replicar. No se había preparado. Aparte del vestido y la pose, claro.

- No podemos pagarte eso -insistió al fin la andaluza.

- Ya lo sé, por eso me despido la próxima semana -concluí.

- Trabajar en Sophia Antipolis tiene otras ventajas, sin contar el dinero. La Côte d’Azur es bellísima. ¿No te gusta lo que ves cada día?

David no tuvo que persuadirla, pensé. Era una voluntaria.

- Sin duda que es bellísimo el escote azul. Créeme, me encanta lo que veo día a día, pero también quiero la pasta, y puedo obtenerla en otra parte.

- Tu precio excede el budget del proyecto -dijo a medio camino entre la risa y lo serio.

- Habría que aumentarlo -riposté mirando fijamente una pequeña variz en el muslo dorado.

Respiré su inseguridad.

- Eso podríamos considerarlo. Hablaremos con la central en Chicago, y para la próxima prórroga tendríamos la posibilidad de pagarte más.

Puse una mano sobre los suaves vellos del antebrazo recostado en la mesa. Soltarse sería el fin de su pose, de su equilibrio y de cualquier confianza restante.

- Querida, en esta profesión somos mercenarios. Las guerras futuras no me interesan. La vida y el botín son ahora, o no merece.

- Entiendo -murmuró.

Me puse en pie.

- Estás guapísima en ese vestido. ¿No te lo había dicho? Con ese te llevo directo de aquí a Le Louis XV.

Cuando salí del edificio al atardecer, el Ford Ka de Carmen se detuvo casi entre mis piernas.

- ¿Dónde está Le Louis XV? -me preguntó sabiendo la respuesta.

- En Monte Carlo -respondí en cuclillas para alcanzar la altura de la ventanilla.

- Sube, te llevo -sugirió.

- Pero sólo hasta el estacionamiento -acepté señalando la tercera terraza del parqueo enfrente, entré al auto y añadí- Nos vamos en mi coche, un BMW es más discreto para llegar a ese restaurante.

Asintió sin hablar. No la toqué hasta que apagó su vehículo junto al mío.


2 comentarios:

  1. Bah, te estas volviendo un sentimental...
    Que mas da el Ford o el BMW?

    Me gustó mucho eso de "Soltarse sería el fin de su pose, de su equilibrio y de cualquier confianza restante."
    Saludos,
    Al Godar

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  2. Al,
    créeme, un Gatling da más que un Mauser, o por lo menos mata más...;-)
    Saludón!

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